Baleadas mágicas



“Uno vuelve  siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausente las cosas queridas…”- Mercedes Sosa.


En mi primer año de la universidad (Creo que fue el mejor y el más loco), valoraba y disfrutaba de una manera más intensa las cosas sencillas, me acuerdo qué mi primera clase era de 7 a 8 y media a.m., siempre llegaba tarde porque me aburría  era “matemática nivelatoria” y enseñaban cosas súper fáciles cómo suma de fracciones  y varias vainas que ví en el colegio, honestamente llevaba esa clase  para subir el promedio.
Habían días donde no tenía ninguna clase y debía hacer tiempo, y aunque la tuviera seguido, siempre empezaban tarde, así que en ese valioso intermedio debía buscar que comer, afuera de la universidad en un parqueo había una champita dónde una señora llegaba a vender baleadas, con un alero  llamado Jairo Arístides Barahona. (El orgullo de ojo de Agua ¿Qué se habrá hecho?) íbamos a ese puesto de baleadas, cómo todo un catador de baleadas, puedo asegurar que eran unas baleadas espectaculares, la señora llevaba las bolitas de harina bien frescas y las ajustaba en el comal de una manera perfecta, quedaban crujientes  por fuera y suaves por dentro, tenían mantequilla crema. (La cual se derretía porque estaban calientitas) y estaban cargadas con unos frijoles deliciosos que tenían como un saborcito de culantro y queso fresco, eran baleadas simplemente geniales, cuando las comía el mundo se detenía y me sumergía en los sabores de la gastronomía catracha, era cómo probar el paraíso, eran ¡Baleadas mágicas! ¿Imagínense sentir todo esto por 4 lempiras?
Esas baleadas eran mejores qué las baleadas de Doña tencha de los dolores. (Aquellos jóvenes que conocieron el mercado de los dolores cuando estaba enfrente de la iglesia, sabrán lo que les hablo, unas baleadas dónde todos los estudiantes de colegios del centro de Tegucigalpa iban y pululaban, costaban 3 lempiras, y eran riquísimas, hoy en día las más famosas son las Lourdes, pero no saben bien, de hecho cuestan 7 lempiras y con la misma cuchara qué les ponen le quitan frijoles, frijoles sin sabor y todas aguadas las tortillas de harina)

 Gracias a Dios siempre rebuscándose uno encuentra buenas baleadas, creo que me desvié un poquito del tema;  volviendo al punto, esas baleadas de doña Luisa eran únicas, no sé si era el amor o la manteca pero en muchos años no volvía  a comer baleadas tan deliciosas.
Con Jairo hacíamos competencias, el que comía más era invitado por el otro, así que llegábamos y pedíamos: -5 y 5 por favor-  que delicioso, en menos de 3 minutos las devorábamos, luego pedíamos unas dos más, y las saboreábamos lentamente como quien bebe un vino tinto, hablábamos paja…Bueno… normalmente yo hablaba paja y él sólo se reía, yo siempre hablaba cosas de thunter Cats, mapaches, semitas, resistoleros bilingües, la devaluación sistemática de la moneda, políticas anti cíclicas, la chava bonita que me ignoraba y no me hacía caso  etc.,  El compa sólo lanzaba carcajadas y me preguntaba  ¿ Qué había fumado? Asegurando que estaba loco.  (Yo nunca le hice caso porque las voces en mi cabeza me decían que era envidia de mi conocimiento inmutable de la pata-física.)
Con el paso del tiempo me acuerdo que se le llenaba, ya no llevaba clase a las 8 y media, así que salía de la primera y a comer baleadas, ya habíamos agarrado destreza, podíamos comer hasta 16 baleadas seguidas, en esa ocasión fue un empate verídico, me encantaba como las servía en una canastita plástica, por esa época mucha gente llegaba a comprarle.

Al igual que yo muchos preferían pagar 4 lempiras por una baleada callejera, qué 7 por una baleada dentro de la universidad hecha con tortilla plástica bimbo, el puestecito se empezó a hacer  conocido y hasta las chavas fresonas que sólo de qué olían a “Victoria Secrets y qué lloraban lágrimas de suavitel” no podían resistirse a estas baleadas  y llegaban con tacones al puestecito, una que otra con pena tapándose la cara con su cartera “chanel” mientras le pedía a la doñita que le echara más queso, los taxistas paraban y compraban también, era una venta tan loca que a las 10 y media ya cerraba y se la daba, a veces desde las 9 y media había vendido todas y se quedaba vendiendo horchata cómo un premio de consolación a aquellas pobres almas desvariadas que no alcanzaban a comer baleadas, en esa época se nos unió un amigo a las competencias, Edgar  Brand él llegaba y procedía a comerlas rara vez pasaba de 7, luego Alejandro, César en una que otra ocasión. (Claro Tato era un sujeto qué solo probaba dos por mucho tres, creo que no andaba suficiente dinero, y por eso decía que se llenaba y se la daba pronto), Luego Allan y así todos nos fuimos reuniendo en ese punto, era cómo el lugar para hablar paja y olvidarnos del mundo estudiantil, la señora daba una súper buena atención ella nos miraba y nos sonreía nos decía: Hola cipotes ¿Cómo están? Me recordada a mi abuelita, súper amable y trabajadora.

Un día en agosto del 2007, fuimos y el puesto no estaba, la señora no había llegado, y desde ese día no volvió a llegar, unas muchachas de unos  15 años llegaban a vender pero no era lo mismo, las baleadas, tenían un sabor diferente como a gas, les preguntamos en varías ocasiones por Doña Luisa ellas afirmaban que ella había tenido un accidente de las piernas  y que estaba en recuperación y pronto regresaría al puesto, pero eso nunca pasó.
Continuamos con nuestras vidas y jamás llegué a pensar que esos momentos tan sencillos y sin relevancia  y serían las cosas que más recuerdo, subconsciente esas cosas me han calado y exigen salir a través de letras, y es que comprar en la calle, puede ser y es tan irrelevante para todos, pero cuándo uno ama lo que hace sin importar lo que sea deja huellas.

Hace dos meses, me encontré a Doña Luisa en un puesto de baleadas en Plaza Miraflores, ella me miró detenidamente como queriendo recordar quién era yo, no la culpo por no reconocerme, en la ú andaba con jeans, pelo largo y gorra,  ahora andaba  con un pelo corto, pantalón negro, camisa manga larga y corbata, había pensado muchas veces en ella, desde su súbita desaparecida, estaba ayudando a vender en ese puesto, le dije:
¿Hey usted es doña Luisa verdad?
 -Si, soy yo.
Yo le compraba por Palmira en un parqueo
 -Si es cierto , te me hacías familiar.
¿y que pasó ahí?
-Pues tuve un problema con las piernas, luego dejaron de vender y tuvimos que cerrar.
Yo he pasado por aquí y es la primera vez que la veo, ¿Ahora va a estar acá?
 -No, sólo vengo a ayudarles un poquito a veces
 Inmediatamente pedí un par de panes con frijoles y una horchata (No quería matar el recuerdo y  que esas nuevas baleadas me supieran diferente) y me despedí le agradecí por todo y le dije qué sus baleadas eran mágicas ella sonrió y me dijo: Cuídate mucho cipote, me alegra ver qué ya estés grande.

Algunos probaron las baleadas de las que hablo..

Monty hn

Eduardo Montalvo es un Bloguero y autor Hondureño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

SOS UN LOQUILLO MONTY ...