El Banquito

vino tinto


Me perdí en sus ojos, como si todo se oscureciera y sólo pudiera ver sus pupilas cafés;  sus párpados con esa pequeña sombra negra medio pintada, cómo si un niño la hubiese hecho con crayolas, no tengo ni idea de qué me dijo, mis sentidos dejaron de percibir el mundo, mi existencia y universo se centraron en ese momento, recordé la charla de la noche anterior cuándo bebíamos vino y le comenté:
Quiero una casa
- yo también pero son muy caras susurró ella.
Tiene razón, comprémosla entre los dos.
Está bien.

Así que dibujamos en una hoja de papel nuestra casa, lo qué debía tener si algún día llegábamos a tener una, yo dibujé una hamaca y un atardecer, ella me dijo: Tendría que ser una casa de campo, ya no se pueden ver atardeceres acá…
O podría ser una casa que esté en una colonia lejos de la ciudad- comenté.
-Es cierto, en una colonia bonita.
Coloqué una cafetera, una cama e internet, dibujé un televisor y escribí: NO televisor (son tan absorbentes y poco productivos)
Eso debe tener mi casa ideal-concluí.
Ella colocó una lavadora, secadora, cocina bonita, me habló de lo sagrado que era tener un banquito y un espejo para maquillarse, un espacio dónde ella pudiera verse bien y terminar su ritual de belleza que empezaba en el baño, dibujó un gato y susurró: Son tan bellos.
Sentí en sus palabras la misma soledad que me mata y día a día saboreo, sentí esa tortura de no ser entendido, esa sensación de ir, venir y quedarse solo.
Su banquito...

Me hubiera encantando decirle qué en nuestra casa dibujada, no era necesario el banquito y el espejo, que era algo del pasado, qué no necesitaba hacerlo para que me gustara,  que aún sin maquillaje siempre se miraba hermosa, que me encantaba el contraste de su pelo negro con su tez blanca, y es que no podía decir que la amo, porque apenas la conocí, me hubiera encantado decirle que ella era cómo una fogata y que yo me sentía cómo un insecto atraído hacia ese fuego prohibido, me hubiera encantando decirle.... y que ella me dijera que el atardecer que yo quería serían sus labios… pero no pude, me quedé callado.
Desde ese momento los segundos y las horas pasaron cómo siglos, eternidades.
Los años han pasado, y sigo sin casa, sin ella y menos atardeceres.




Monty hn

Eduardo Montalvo es un Bloguero y autor Hondureño.

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