Los primeros mineros españoles no
encontraron en esas honduras lo que anhelaban, se dice que entre más excavaban
iban extrayendo de las profundidades pequeños lamentos y algunos suspiros que
subían a la superficie y se acomodaban entre las nubes, algunas veces
encontraban pequeñas lágrimas que eran arrojadas junto a los desechos de
mercurio, cansados de la quijotesca empresa, decidieron usar miles de esclavos
para perforar la tierra, hasta que por fin un sábado de 1578 encontraron una inmensa piedra color
púrpura y todos empezaron a llorar, conquistadores, conquistados,
mascotas, lectores, caían en la espiral
infinita del llanto, Juan de la Cueva, su
alcalde, decretó que debían enterrar el hallazgo en lo más profundo de la tierra
y así lo hicieron, la enterraron tan hondo que esos hombres jamás volvieron a
ver el sol, edificaron encima de ellos una pequeña ermita que llamaron “Santa
María de los Dolores” alrededor de ella creció un pueblo de aserrín con cuatro
calles dónde sus transeúntes se desplazan aún hoy en día fatigados, con una
pequeña tristeza calada en el alma.
Autor: Eduardo Montalvo.
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